El Instituto Di tella, fundado en 1958, llegó a convertirse, durante la década del ’60, en un mítico refugio del arte y la cultura de jóvenes dispuestos a desafiar los estereotipos sociales vigentes e imponer sus propias reglas creativas e ideales con total desprejuicio. Este templo de la vanguardia nacional estaba situado en Florida 936, entre Charcas y Paraguay, en la denominada “Manzana Loca”. Hoy, a poco de cumplirse 52 años de su inauguración, el local se halla ocupado por un local de indumentaria.
“El Di Tella fue una especie de utopía de la pureza, porque lo que después se vivió en la Argentina fue un horror”, diría años más tarde el director teatral, Alfredo Rodríguez Arias. El Instituto, a cargo de Jorge Romero Brest, era un espacio propicio para mostrar y fomentar las nuevas experiencias artísticas que anidaban en New York, Paris y Londres.
Con la eliminación del espectador pasivo mediante la “agresión” de los actores, se inauguró una provocativa forma de hacer teatro que sirvió de referencia para muchos espectáculos que se realizaron con posterioridad, como el caso del grupo de De la Guarda. Entre las representaciones más recordadas están
El Desatino y
Los Siameses.
Las obras en exhibición llegaron a escandalizar a las razas más conservadoras. Una de ellas era
La Menesunda, de Marta Minujín, que fue pionera en cuanto al tipo de ambientación de una puesta, ya que el público, luego de atravesar unos túneles, podía observar a dos personas charlando sobre una cama. También el Cristo crucificado sobre un avión Caza, de León Ferrari, lo que representaba una clara oposición a la Guerra de Vietnam, y la representación de
El Baño, de Roberto Plate, que fue clausurada por el presidente Juan Carlos Onganía, cuando en sus paredes aparecieron graffitis que objetaban su gobierno. La decisión del Ejecutivo desembocó en la protesta de los artistas del Di Tella que retiraron sus obras y las destruyeron frente al Instituto. “Mi obra fue el disparador de un reclamo latente”, aseguró Plate.
En mayo de 1970, el local de Florida cerró sus puertas tras la reducción del presupuesto asignado al centro. El Di Tella fue objeto de numerosas de críticas por parte de sectores que se oponían radicalmente a toda manifestación cultural que buscaba experimentar y hallar nuevos caminos de expresión, lejos de la ortodoxia reinante.
Aquél fue el sueño roto de un país que pudo ser distinto.