jueves, 10 de junio de 2010

La condena de un Rey


Cuentan que un hombre, bajo la gracia de Gregorio, tuvo la mejor de las vidas que cualquier mortal podría desear…
Fue cobijado en el seno de una noble y distinguida familia de la aristocracia. Recibió el afecto incondicional de sus padres, hermanos y amigos. Gozó de una libertina juventud con amores por doquier, todos ellos impuros. Resultó heredero de una basta fortuna, que se encargó de multiplicar moneda a moneda. Fue respetado por sus pares, alabado e idolatrado por otros. Al tiempo, que logró desposarse con una bella y joven mujer de sensible corazón, a la cual bendijo con hijos tan afectuosos como inteligentes. Así mismo, ganó todos y cada uno de los arduos desafíos que enfrentó, hasta convertirse en un verdadero Rey.
Pero no todas serían rosas las que depara este azar, puesto que el “pobre” Gregorio nunca fue realmente feliz. En verdad, jamás conoció de qué se trataba la felicidad por temor a probar el indecoroso gusto del fracaso.
Muchos años después, el Rey, puesto ya anciano, pereció en la soledad de su cuarto con una extraña sensación en su pecho que, dicen, quizás fue pena, y junto con él cayó su reinado.