sábado, 15 de mayo de 2010

Memorias del Di Tella


El Instituto Di tella, fundado en 1958, llegó a convertirse, durante la década del ’60, en un mítico refugio del arte y la cultura de jóvenes dispuestos a desafiar los estereotipos sociales vigentes e imponer sus propias reglas creativas e ideales con total desprejuicio. Este templo de la vanguardia nacional estaba situado en Florida 936, entre Charcas y Paraguay, en la denominada “Manzana Loca”. Hoy, a poco de cumplirse 52 años de su inauguración, el local se halla ocupado por un local de indumentaria.
“El Di Tella fue una especie de utopía de la pureza, porque lo que después se vivió en la Argentina fue un horror”, diría años más tarde el director teatral, Alfredo Rodríguez Arias. El Instituto, a cargo de Jorge Romero Brest, era un espacio propicio para mostrar y fomentar las nuevas experiencias artísticas que anidaban en New York, Paris y Londres.
Con la eliminación del espectador pasivo mediante la “agresión” de los actores, se inauguró una provocativa forma de hacer teatro que sirvió de referencia para muchos espectáculos que se realizaron con posterioridad, como el caso del grupo de De la Guarda. Entre las representaciones más recordadas están El Desatino y Los Siameses.
Las obras en exhibición llegaron a escandalizar a las razas más conservadoras. Una de ellas era La Menesunda, de Marta Minujín, que fue pionera en cuanto al tipo de ambientación de una puesta, ya que el público, luego de atravesar unos túneles, podía observar a dos personas charlando sobre una cama. También el Cristo crucificado sobre un avión Caza, de León Ferrari, lo que representaba una clara oposición a la Guerra de Vietnam, y la representación de El Baño, de Roberto Plate, que fue clausurada por el presidente Juan Carlos Onganía, cuando en sus paredes aparecieron graffitis que objetaban su gobierno. La decisión del Ejecutivo desembocó en la protesta de los artistas del Di Tella que retiraron sus obras y las destruyeron frente al Instituto. “Mi obra fue el disparador de un reclamo latente”, aseguró Plate.
En mayo de 1970, el local de Florida cerró sus puertas tras la reducción del presupuesto asignado al centro. El Di Tella fue objeto de numerosas de críticas por parte de sectores que se oponían radicalmente a toda manifestación cultural que buscaba experimentar y hallar nuevos caminos de expresión, lejos de la ortodoxia reinante.
Aquél fue el sueño roto de un país que pudo ser distinto.

Un adiós, una bienvenida



Dany estaba arrodillado en su jardín, frente a un viejo par de zapatos. Éstos se encontraban entrelazados por cordones, firmemente anudados. Su rostro denotaba entre pesadumbre y emoción.
-Caminamos mucho juntos, y la pasamos como pudimos- dijo melancólico. -¿Recuerdan cuando los empapé en la inundación? Quedaron mojados por casi una semana. Lo lamenté demasiado... De verdad.
También perdón por golpearlos tan seguido con la pelota, pero soy así, y ya estoy grande para cambiar. En realidad, siempre supe que sabrían comprender. Los buenos amigos hacen eso. Y me bancaron...
Estuvieron en mis desvelos y esperanzas...
En mis logros y fracasos…
Y en mis sueños. Siempre junto a mí.
Me condujeron por rutas que jamás imaginé...
Me llevaron a conocer a Lara, a plantarme en su camino y a no irme jamás de su lado. Me acompañaron cuando nació Patricio y juntos aprendimos sobre ese otro gran amor. El de ser padre... Y eso no tiene precio.
Me dieron su vida y yo la mía…
Créanme que jamás los olvidaré. Adiós, compañeros...- se despidió Dany- y gracias.
Guardó los zapatos dentro de una caja de cartón y se aproximó a la fosa que él mismo cavó. Colocó la caja en el pozo y con una pala, cubrió de tierra la pequeña sepultura.
Cuando finalizó se aproximó a una caja cerrada, ubicada en otro punto del jardín. La abrió y extrajo un par de zapatos nuevos. Los colocó en el suelo y se arrodilló frente a ellos.
-Bienvenidos a casa. Mi nombre es Daniel -dijo. - Confío en que sabrán adonde llevarme.
Sin más, los recogió y partió hacia dentro de su hogar.