sábado, 13 de febrero de 2010

El mundo según Warhol


“Si quieres saberlo todo sobre Andy Warhol solo tienes que mirar la superficie; en la superficie de mis pinturas, de mis películas, de mí mismo, es ahí donde estoy. No hay nada detrás”, explicó cierta vez, queriendo despojarse del rótulo de artista brillante y excéntrico. Esta frase inicia el recorrido por algunas de sus más famosas obras, expuestas en el MALBA.
Marilyn, Brando y Garland nos observan como dioses desde su pedestal. Lenin y Mao tienen porte de rockstar. Y la silla eléctrica es la nueva atracción del parque de diversiones. Del otro lado, un cartel parece insinuar: “Dispare con el rifle a las latas Campbells y gane fabulosos premios”. Un asesino serial y un suicida sufren el mismo destino: ambos son inmortalizados en un flash. Y un estampado de cabezas de vaca se convierte en símbolo nacional en la tierra de la Fast Food.
Bajo un concepto artístico de aparente sencillez, la obra de Warhol no hace más que reflejar de modo visionario la intrusión y convivencia del capitalismo de mercado en el núcleo mismo de la sociedad, dando forma a una nueva cultura, donde todos sabemos de todo y nada a la vez.
Con el paso de los años nuestra personalidad evoluciona, se va forjando nutriéndose no solo con experiencias de vida, sino también con elementos de consumo. Podría decirse que el hombre se ha convertido en un complejo cóctel de recuerdos, frases hechas y productos envasados, dando lugar a un ser único pero que ciertamente comparte ideales comunes que se desprenden de diversos factores, entre ellos del mercado. De manera que en parte somos lo que consumimos; es decir lo que comemos, bebemos, vestimos, miramos en TV y leemos a lo largo de nuestra existencia. Así mismo somos ¿libres? de elegir entre una gaseosa cola, consumida por una estrella del Pop o un simple vaso con agua; llevar los jeans de una legendaria marca que vistió a James Dean, en lugar de una bermuda: o hasta alimentarnos con cereales que hacen fuerte a un tigre con acento inglés.
Porque todos queremos ser celebridades en nuestro pequeño universo, aunque más no sea durante aquellos benditos “quince minutos de fama”, en un mundo donde el glamour compite contra el hambre. Donde el individualismo empuja a los más débiles hacia un abismo.
Lo que somos se refleja en nuestra manera de actuar, lucir y hablar. Necesitamos, buscamos referencias estables en base a múltiples valores inculcados al inicio de nuestra vida como también en momentos que nos van marcando durante ella, y los productos que consumimos, desechamos y volvemos a consumir no están fuera de éste flujo. Es sencillo traer a la memoria y vincular productos y marcas, con momentos de nuestra existencia; programas de radio o TV, con vivencias familiares, con seres que aún hoy están o no a nuestro lado; y las melodías que musicalizan nuestra vida desde el comienzo, nos convierten en seres vulnerables y melancólicos, ansiosos por recrear esos momentos, aunque el tiempo haya pasado y nada sea igual. Solo para existir pacíficamente como humanos, con la cierta referencia de un producto que fue testigo de tal o cual suceso.
Vivimos y convivimos con ellos, y éstos son parte de nosotros. Están arraigados en nuestra historia, en nuestra mente, en nuestro corazón, sin distinción de edades, raza ni sexo, tampoco de nivel socioeconómico.
“Lo que es genial de este país es que América ha iniciado una tradición en la que los consumidores más ricos compran esencialmente las mismas cosas que los más pobres. Puedes estar viendo la tele y ver la Coca-Cola, y sabes que el Presidente bebe Coca-Cola, Liz Taylor bebe Coca-Cola, y piensas que tú también puedes beber Coca-Cola. Una cola es una cola, y ningún dinero del mundo puede hacer que encuentres una cola mejor que la que está bebiéndose el mendigo de la esquina. Liz Taylor lo sabe, el Presidente lo sabe, el mendigo lo sabe, y tú lo sabes”, diría Warhol.
La globalización como herramienta de mercado no ha hecho más que proyectar la cultura americana a nivel mundial trasformándola en un referente innegable de nuestras sociedades, más allá de las barreras históricas de costumbres y lenguaje y ulteriores cuestionamientos a la política exterior de Washington. Un blanco fácil pero poderoso, inútil de extirpar. ¿Pero quien desea realmente hacerlo?
La cultura popular estadounidense ahora es mundial ¿Acaso cambiaríamos esta forma de vida instaurada? ¿Quién no ha soñado con el sueño americano aún viviendo del otro lado del mundo, sin saber lo que realmente significa? Pero la frase es buena. Tal vez necesitemos vivir de un engaño, si de eso se trata. ¿Cómo renunciar a ser el héroe que conquista a la chica? ¿Cómo no imaginar que al final de la película todo se soluciona y si no al menos estaremos de pie, dando batalla a la adversidad hasta levantarnos de entre las cenizas como Scarlett en Lo que el viento se llevó? Aquél visionario artista llamado Warhol contempló aquello y más.
Somos lo que alguna vez consumimos, lo que elegimos o nos imponen. Pero nunca un envase vacío.