viernes, 14 de mayo de 2010

Elena despierta

Elena despertó y se sentó en la cama. Contempló impávida el suelo, luego sus manos. Frotó su rostro y suspiró. Con piernas aún flácidas, se incorporó en penumbras y caminó hacia la puerta. Cruzó el pasillo y advirtió que el reloj de pared marcaba las once treinta. Al entrar al baño debió encender la luz. Después, se vio al espejo. Tenía el cabello alborotado y graso, y sus ojos reflejaban un extraño cansancio. Después orinó, y volvió a reconocer lo irreconocible, hasta que por algún motivo decidió voltear su mirada a través de la pequeña ventana contigua. Entonces, se espantó por lo que al horizonte avizoró. Despedida como alma que carga el diablo, caminó de prisa hacia el living. Sin siquiera vestirse, de un arrebato recogió las llaves y salió afuera. La imagen la aterró. Cómo explicarlo.
Cerró sus ojos con fuerza y volvió a abrirlos lentamente, pero nada cambió. Una lágrima corrió por su mejilla pesadamente. Se adentró en la casa y llamó a su madre. Estaba fregando la vajilla. Ella insistió, y cayó rendida en un sillón. Su cuerpo temblaba.
-¿Qué ocurre Elena? –preguntó.
Elena se levantó, aprisionó el brazo de su madre y la llevó fuera.
-¿Elena qué sucede? ¡Basta de juegos!-. Entonces, Elena señaló el cielo. Ella observó el cielo.
-¿Bien? -preguntó su madre sin comprender. Pero la joven no lo podía admitir y gritó desaforada. -¿Acaso no lo vez? –dijo. -¿Qué cosa?
–Cómo es que no te has dado cuenta... ¡El cielo! –respondió Elena. -¿Qué pasa con el cielo?
-¡Dios mío! ¡Es un mediodía sin sol! ¡El día se ha vuelto noche!
-¿De qué hablas, hija?
-¡Una noche sin estrellas, sin luna! Tan solo un manto oscuro y glaciar que me congela los huesos. No hay aves surcando el cielo ¡No logro oírlas! ¿Dónde está el canto de los zorzales mañaneros? ¡Mira los árboles! Se creían eternos pero ahora son solo sombras abanicándose con el viento. Perecieron sin luz. ¡Han muerto sin flores...! Ya no habrá flores, ni abejorros revoloteando en primavera, ni vida... ¿Qué ha pasado? ¿Cuándo ocurrió esto? ¡Dímelo!
Su madre la abrazó compasiva y susurró a su oído con calma. –Llora hija si lo deseas, pero... sé que una mañana regresará.

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